En medio del ajetreo mundano, debemos aprender a hallar la quietud en la inquietud, el sosiego en el desasosiego y la tranquilidad en la intranquilidad, algo sencillo y al alcance de todo el mundo aunque a priori no lo parezca. La clave está en emplear la respiración diafragmática, llevando el aire lentamente al estómago y expulsarlo lentamente, haciendo una espiración un poquito más prolongada, más pausada, más profunda, hasta encontrar nuestro centro, respirando preferiblemente por la nariz.
En situaciones de estrés como puede ser la que sufre un estudiante cuando se presenta a un examen, la que experimentamos antes, durante o después de una discusión; o incluso la que padecen algunas personas que necesitan desconectar unos instantes en su puesto de trabajo, se recomienda hacer respiraciones diafragmáticas y fijar la atención en el estómago, hacer respiraciones diafragmáticas y sentir cómo el vientre asciende y desciende lentamente. Después de un par de minutos, esta simple observación nos calma y aquieta nuestro sistema nervioso central (SNC) de una forma casi instantánea.
A través del Sistema Nervioso Periférico también conseguimos que baje la frecuencia de nuestras ondas cerebrales, calmando el Sistema Nervioso Simpático (SNS) y activando el Sistema Nervioso Parasimpático, emitiendo ondas alpha, delta y beta en lugar de ondas gamma y theta.
Estos procesos simultáneos también modifican la bioquímica de nuestra sangre, favoreciendo la homeostasis o equilibrio cellular, así como su reparación. Por todo esto, podemos afirmar que meditar resulta ideal para equilibrar nuestro estado de salud y evitar que el cuerpo permanezca todo el día en tensión, influenciado por las hormonas del estrés, que activan nuestras células para extraer de ellas todo su potencial, llegando a agotar su energía si no les permitimos recuperarse del esfuerzo y recargarse. Es la biología en estado puro: si braceamos permanentemente hasta el agotamiento, antes o después, nuestro cuerpo caerá rendido.
La respiración es la gran desconocida, respiramos de quince a veinte veces por minutos y lo cierto es que podríamos hacerlo tan solo de seis a siete veces por minuto, lo que nos permitiría mantener en buen estado el corazón (un músculo acelerado y agotado) y atravesar satisfactoriamente estados de ansiedad. Poner las manos en el estómago y bajar la frecuencia respiratoria resulta de gran ayuda. Lo único que tenemos que hacer es conectar la mente con la respiración concentrándonos en ella para evitar las distracciones y el ruido mental, y lograr así ver y sentir con claridad.
Algunas personas, al comenzar la meditación, tienen la sensación de que les falta el aire, en lo que es un signo de agitación, impaciencia o angustia propio de cuadros de ansiedad. Las personas que padecen de ansiedad muchas veces tienen la sensación de que el aire no les llega y es precisamente en esos momentos cuando deben recurrir a hacer una respiración más tranquila y más profunda para tratar de recuperar el equilibrio. Puede que al principio les cueste pero, si lo practican con conciencia, el sistema responde y la práctica funciona.
Para profundizar en esta toma de conciencia sobre la respiración, te proponemos dos ejercicios complementarios que te permitirán mitigar la tensión poco a poco, apaciguando la mente, sosegando la urgencia, calmando el biorritmo y permitiéndote recogerte en ti mism@ y conectar con tu yo más profundo.